Hoy se cumplen 40 años de la expedición vasca que alcanzó la cumbre del Everest (8.848 metros) y con ella todo un pueblo. Rescato la entrevista que mantuve en 2005 con uno de sus protagonistas, Martín Zabaleta, quien clavó la ikurriña en la cima junto al sherpa Pasang Tema. Desde entonces nadie ha vuelto a hablar con él. Es sin duda un mito, una leyenda.
- Entrevista publicada en la revista Nuestro Tiempo, Pyrenaica, Deia y Campo Base. Cada una de ellas con diferentes estilos. Aquí recupero en estilo pregunta, respuesta.
Martín Zabaleta sigue vivo. Su figura se podría comparar con la de un mito o leyenda. Fue el que tuvo el honor de colocar, en 1980, la primera ikurriña en el Everest. Tuvo que realizar un vivac a 8700 metros, con 36 grados bajo cero y descendió intacto. Criado en los montes de Hernani, continúa su vida al otro lado del Atlántico, entre los Andes y las Rocosas, compaginando el trabajo de carpintero con el de guía de alta montaña. Durante los veranos ha guiado a estadounidenses por los Pirineos. Su carácter alimenta el mito. Callado y reservado. Huidizo de todo lo que sean flashes o grabadoras. Pero su sonrisa le delata. “Los mitos no existen”, sostiene, “tan sólo cubrí una etapa”. Ahora se celebran los 25 años de aquella gesta con la que abrió los ojos a una multitud de montañeros que “desde entonces perdieron el respeto a la montaña”. Por eso el club de montaña Gazteiz lo ha devuelto a Euskadi. Junto a él también ha reunido a los expedicionarios que participaron en la gesta y a los dos sherpas, el sirdar Pemba Thsering y Pasang Temba, que fue quien junto a Zabaleta coronó la cumbre más alta del mundo.
¿Qué recuerdos guarda de aquella expedición histórica de 1980?
La recuerdo como una gran convivencia. Lo pasamos genial. Los montañeros que íbamos nos conocíamos de haber participado en otras expediciones, como en la de los Andes del 79, pero durante esos días nos convertimos en una gran familia. Disfrutamos mucho, hicimos cumbre y volvimos todos. Los meses de expedición fueron de trabajo constante. Estábamos solos y teníamos que equipar toda la ascensión. Tardamos tres semanas en subir por la cascada de hielo. Las grietas cambiaban cada noche y teníamos que asegurar de nuevo las escaleras. Ahora un grupo de nepalíes te mantienen todos los pasos asegurados. Pagas por utilizar las escaleras y continúas. En aquel tiempo, lo que no hacías tú no te lo aseguraba nadie.
¿Cómo fue el ataque final?
Subíamos dos pasos y bajábamos uno. Fue interminable. Llevábamos ya un mes allí y estar a esas alturas era agotador. Dos grupos lo habían intentado antes pero no lo consiguieron por el mal tiempo. El 14 de mayo nos lanzamos Juan Ignacio Lorente, el líder de la expedición, el sherpa Pasang Temba y yo. A mí se me acabó el oxígeno por un problema con la bombona y gracias a que Lorente me dio la suya pude avanzar. Lorente estaba cansado y decidió bajar al Campo Base. Si no hubiera sido por Lorente, ahora no celebraríamos nada. Con dudas e incertidumbre llegamos al Collado Sur a las 13.30 horas y comenzamos a escalar la arista final. Atravesamos el escalón Hillary casi a cámara lenta. Desde allí todo era ya más fácil. Vimos entre la nieve una mancha negra. La cima estaba llena de nubes, lo que le daba una imagen tétrica… y también muy bonita. Las aristas del resto de los picos del Himalaya nos saludaban atravesando las nubes. Era como entrar en otro mundo. Temba vio el trípode y comenzó a correr. Nos abrazamos fuerte. Llamamos a los diferentes campos, donde nos esperaba el resto de la expedición. Creo que todos lloramos. Fue el éxito de un equipo. Y ya sabes cuál fue mi: “Gora Euskadi Askatuta!”
¿Qué sentiste?
Se me juntó todo: emoción, alegría y cansancio… y también preocupación. Llegábamos tarde. Estábamos agotados. Pero había que aprovechar aquel instante. Nos intercambiamos fotos entre Temba y yo. Por desgracia mi cámara no funcionó: el rollo no pasó. Había fotografiado toda la ascensión con una película nueva, pero ninguna salió. Por eso la única que inmortaliza la expedición es la imagen de Temba en la cumbre, con el piolet y las banderas.
«Escalar el Everest ha perdido todo su valor alpinístico»
Martín Zabaleta
Clavasteis la primera ikurriña…
En el trípode de los chinos dejamos la ikurriña envuelta y recogimos los objetos que habían dejado los polacos de la expedición anterior: un rosario de Woytila, que ahora guarda la madre en Hernani; el crucifijo del polaco que había fallecido durante la expedición y el termómetro de la primera invernal al Everest, que creo que guarda Rosen. A cambio, en la cima dejé el banderín antinuclear y otras… en aquella época había la esperanza de que muchas situaciones cambiaran.
Más de media hora en total
Casi 45 minutos y porque nos insistieron desde abajo, si no hubiéramos seguido más tiempo allí arriba. Pronto iba a anochecer y todos estaban muy preocupados con nuestra bajada.
En la bajada, la montaña se cobró su precio
Nos animaban a comenzar el descenso. Temba iba detrás de mí. De pronto vi cómo resbalaba por la cara noroeste. Se tensó la cuerda y desapareció. Corrí hacia la arista y me lo encontré agarrado a unas rocas. Le quité la bombona de oxígeno, que pesaba más de seis kilos, para que fuera más ligero y pasó a caminar él primero para que yo le asegurase. Continuamos poco a poco por la arista. Atravesamos el escalón Hillary y llegamos a las hondonadas que no conducirían a la cara sur. Un fuerte grito y de nuevo se tensó la cuerda. Ahora colgaba en el aire. Temba caminaba demasiado cerca de la arista y la nieve había cedido. ¿Ahora cómo lo saco, pensé, si no tengo fuerzas ni para andar? Además para ahorrar peso no llevábamos ni prusik, ni baudrier, ni nada. Allí estábamos los dos a 8.700 metros, con el sol poniéndose y uno en cada ladera unidos por una cuerda de siete milímetros de espesor y 20 metros de longitud.
«A 8.700 metros de altura, en pleno descenso, tuvimos que pasar la noche sin nada. Todo en lo que pensaba era en no perder calor»
Martín Zabaleta
¿Cómo la conseguiste?
Clavé el piolet con la cuerda y lo subí a pulso de nuevo hasta la cima en la que estábamos. Nos salvó que Temba no pesaba más de 50 kilos. Necesitó dos horas para recuperarse de la caída. Al quedarse atado de la cintura, apenas podía respirar.
Pero lo peor estaba por llegar
Comenzó a nevar, sacamos las frontales y decidimos avanzar por lo menos hasta la Cima Sur, para pasar la noche allí. Desde la cara sur comuniqué al resto de la expedición que nos quedábamos hasta que amaneciera. Dije que Temba no podía más, y yo tampoco. Estábamos muy cansados y en especial Temba, que con las dos caídas al vacío notaba más el cansancio. Pero hoy lo habría arrastrado. Realizar un vivac a esa altitud fue un suicidio.
¿Qué elegisteis como lecho?
Una grieta que nos protegió del viento y la mochila para sentarnos encima. Se apagó el cielo. No teníamos ni agua, ni comida, ni oxígeno, aunque lo peor era el frío. A 36 grados bajo cero me temblaba todo. Recuerdo que tirité toda la noche. Temba dice que durmió cinco o seis minutos, pero yo creo que durmió más.
¿Temiste que aquello pudiera ser el final?
En ningún momento pensé que iba a quedarme allí. Creo que los que sí sufrieron fue el resto de la expedición, que vivió cada minuto de esa noche como si fuera una eternidad. Yo no pensé en nada. En todo momento vigilé las manos, los pies, el cuerpo. Teníamos que estar calientes. Tal vez la inconsciencia o el cansancio total hizo que no me asustara. La única preocupación era el frío.
Y por fin, amaneció
A las cuatro en punto de la mañana cogí el trasmisor y avisé que reanudábamos la marcha. Comenzaba a amanecer. El resto de la expedición se movilizó conmigo. Del campo II empezaron a subir sherpas hacia el Campo IV y del IV ascendían en nuestra búsqueda. Yo estaba completamente deshidratado. Mareos, vómitos… estaba hecho polvo. Sin embargo, poco a poco comencé a calentar el cuerpo y a recuperar las ganas de vivir.
¿Qué le mantuvo con vida?
La suerte. Ninguno de los dos nos quedamos dormidos, ni tuvimos congelaciones en los pies ni en las manos. Además, las avalanchas siempre se oían lejos. Creo que lo decisivo fue proteger bien el cuello con el traje de plumas que llevábamos. De no haber sido así, estoy seguro de que allí seguiríamos, arropados por la nieve.
De pronto, llegaron los refuerzos
Cuando estábamos a 8.500 metros de altitud vi a los sherpas que se acercaban poco a poco. Habían sido sólo unas horas pero tenía la sensación de que llevaba meses vagando por las nubes. Me dieron té, agua y oxígeno. Y continuamos bajando. El trayecto que normalmente se haría en tres horas, nos costó más de nueve. Lo importante era que teníamos asegurada la vida. Cuando llegamos al Campo IV los que nos esperaban se dieron un susto terrible. Temba comenzó a correr. Yo me solté de la cuerda y continué a mi ritmo. “Tira tú si quieres”, le dije. Lo que vieron fue que bajaba sólo Temba, arrastrando una cuerda vacía. Temieron lo peor, pero al rato aparecí. Así que el abrazo fue aún mayor. Todos lloramos de nuevo.
El mito había regresado con vida
Los mitos no existen. Tan sólo soy un paso. Abrimos los ojos a mucha gente joven, que partió después hacia el Himalaya con la confianza de clavar allí también su ikurriña. Vieron que era posible. Lo que sí es increíble es que de un país tan pequeño como el nuestro salgan tantas figuras del montañismo como Juanito, los Iñurrategi y tantos otros. Además hay ochogradistas de primera fila como Josune Bereziartu o Iker Pou.
La expedición supuso algo más que una gesta
Fue un hito deportivo, pero también fue una gesta política. Era como jugar un partido entre la selección de España y la de Euskadi. Así es como nos lo tomamos la gente del pueblo. Yo lo viví con intensidad y muy emocionado. En el 74 lo había intentado la expedición Tximist y no lo consiguieron. Ahora por fin habíamos hollado la cumbre.
Hubo más intentos de cumbre en la expedición del 80
Antes de mí había habido ya dos intentos. Y cuando bajamos lo intentaron alguna vez más. Xabier Erro y Xabier Garaioa eran los siguientes, pero los sherpas estaban ya cansados por salir a nuestro encuentro la noche anterior; además no había oxígeno suficiente para asegurar la subida y bajada. La altura cansa. Así que nos ayudaron a bajar y en el Collado Sur, hablando entre ellos, decidieron que la expedición se había terminado. Los días cada vez eran más cortos, el tiempo empeoraba y la cumbre ya estaba pisada. Además las nevadas de las noches soplaban con mucha fuerza. Se acercaba el monzón y el riesgo de avalanchas era continuo. Por seguridad decidieron que la expedición había terminado. Ya sólo quedaba celebrar el éxito.
Faltó el reto del oxígeno
Kike de Pablos, Felipe Uriarte y yo pensábamos no utilizarlo. Sin embargo, a la altura en la que yo estaba era una obligación. No había llegado nadie de la expedición hasta esa altura y no sabía las consecuencias que podría acarrearme. En esas condiciones, y con una nieve muy blanda y profunda, no habría podido con tanto esfuerzo. El objetivo final era llegar, no el oxígeno. Y llegamos.
¿Volverías ahora a subir el Everest?
Para mí el Everest no tiene ya ningún valor alpinístico. Volvería, pero para disfrutar con mis amigos. Me encantaría regresar con todos los de la expedición del 80 y reírnos con los recuerdos. Ahora aquello es un pasillo donde caminas y punto. Ya no tiene tanto valor. Es distinto. Está masificado. Yo no pagaría 7.000 dólares para subir a la normal del Daulaghiri. Lo que no le resta mérito a los que suben. Sigue estando a la misma altura, incluso a más si es que los chinos consiguen medirla de nuevo.
¿Nunca te has planteado completar una gesta?
Nunca se me pasó por la cabeza hacer los 14 ochomiles o los siete continentes. Ya no me apetece tanto subir montañas. Ahora hay que cambiar el chip. Lo de pisar nieve ya son vacaciones pagadas. Es duro, pero no tiene valor alpinístico. Hay otro nivel.
¿A qué das valor ahora?
Al estilo alpino. Subir solo y con la mochila de modo ligero y rápido. Es más duro y arriesgado. Estás solo. Tienes que calcularlo todo: los ataques y retiradas. Debes estar muy fuerte. Confiar mucho en tus posibilidades.
«La expedición fue el éxito de todo un pueblo: abrimos las puertas del Himalaya a todo el mundo. Todos entendieron que esas grandes cimas eran posibles de escalar»
Martín Zabaleta
Tanta competitividad ha hecho perder el espíritu romántico
Claro que sí. Ha cambiado, pero las sensaciones pueden ser las mismas. La montaña es un universo enorme en el que tú sólo eres una hormiga. Te sientes bien, a gusto, libre. Afianzas una amistad enorme con la gente. Además ahora no hace falta subir 8000 metros. Existe más información, contamos con nuevos materiales. Esto hace que la gente piense distinto. Le expedición del 80 duró desde febrero hasta el 16 de mayo. En posteriores expediciones estuve un mes en el Kangechunga y 15 días en el Cho Oyu. Pensamos distinto ahora.
Se arriesga más
La gente ha perdido todo el respeto a la montaña, las nuevas generaciones son más emprendedoras. Con mucho respeto no vas a ninguna parte, pero siempre tiene que existir el suficiente para saber retirarse a tiempo. Por eso se están haciendo cosas increíbles en el Trango, en Pakistán… y en otras cimas que cuentan con un gran valor a estilo alpino. Además, los medios y los esponsors te obligan a innovar cada vez más. En mi caso yo soy mi propio patrocinador.
¿Pero sí que has vuelto al Himalaya?
En el 81 fuimos al Lhotse. Con Kike de Pablos estuve muy arriba. Nos pilló una avalancha y casi caemos por toda la cara sur. Allí perdí varias uñas por las congelaciones. En el 84 volví para atacar la cima del Makalu. También con Kike y Mari Abrego. En el 85 al Ama Dablam. En el 87, al Kangchenjunga por la cara norte. Después en el Cho Oyu ascendimos por la ruta de los polacos, que toma la vía normal en su última parte. En el 90 intenté el Everest. Subí muy arriba, escalando con Pierre Huber.
¿Fue cuando casi te envenenan?
Pierre llevaba una bolsa de pistachos que resultó que estaba envenenados. Comenzó a vomitar y abandonó. “Estoy viejo”, me dijo. Se marchó pero en la tienda se dejó la bolsa de pistachos. Nos los comimos entre el sherpa y yo. No dejamos ni uno. Estábamos a 8000 metros, queríamos subir y bajar a todo correr, pero no pudimos; vomitábamos continuamente.
Pero continuaste visitando la gran codillera
Volví para atacar el K2 y nos bajamos tras la arista final a dos horas. Otra vez regresé en el 89 al K2 con un tiempo malísimo. Después en el Meluntse por el Tíbet pero no me arreglé con un americano y allí se acabó mi relación con él. Fue la última expedición.
Ahora en Estados Unidos disfrutarás también de la montaña
Trabajo como guía para una agencia estadounidense. Hasta este año los traía a Euskadi y los guiaba por los Pirineos. Pero durante el resto del año también hay que vivir. Así que combino las botas de monte con la carpintería y la construcción. Tengo una mujer y una hija de cinco años que me esperan en casa.
«Nunca abandonaré la montaña, aunque sea para pasear entre bosques como los que envuelven mi casa en Montana (Estados Unidos)»
Martín Zabaleta
Continuarás alimentando la leyenda
Nunca abandonaré la montaña, aunque sea para pasear entre bosques, como los que envuelven mi casa en Montana. Ahora tengo más canas y más obligaciones. Así que este invierno quiero volver a la Patagonia. Intentaré algo “sencillo”: el Fitz Roy y el Cerro Torre.