Hoy he pasado miedo. Las piernas me temblaban. Eran las 12.00 del mediodía, hora del almuerzo para los cerca de medio millar de personas que trabajan en el basurero del sector tres de Guatemala. Caminaba por un asentamiento de chabolas. Llevaba dos horas visitando familias con la cámara de fotos escondida tras un chubasquero. Pero apareció él con su botella vacía.

-Hermano, dame todo lo que tengas de valor. Te estoy atracando, hermano, óyeme. Qué tienes de valor.

El corazón me bombeaba en la sien. Era una calle ancha. Hacía sol y por un momento dejé de oler el fuerte aroma del basurero. Miraba al suelo

-Hermano, no quiero problemas, pero te estoy asaltando. A mí me han disparado ocho veces. Yo te disparo a ti ahora en la cabeza. Ya puede correr, pues. Te alcanzo a cinco metros con mi pistola. Yo te meto cinco balas en tu cabeza, óyeme.

Horrible. He pasado más miendo que en aquella comisaría de Bolivia o en la habitación con cristales tintados con un policía pidíendome dólares en Perú. El sector tres de Guatemala es así. Allí no entra la policía. Es terrerno de guajeros, buscadores de basura, y de pegamenteros, esnifa pegamentos.

Una señora me ofrece su casa para meterme. Su nombre: Milagros. Meto la cámara ahora en el bolso de la señora que me acompaña en esta ruta. También lo hace un señor de cincuenta años con gorrra. Es nuestro hombre de seguridad. No va armado, para que no le maten por el arma. Él ha sido el que se ha quedado hablando con el borracho, que por cierto, iba eufórico y llevaba un gran bulto en el cinturón…

A la salida de la casa, todo despejado. Nuestro hombre de seguridad mira entre los callejones y nos avisa de que regresa el asaltante. Corremos entre callejones. Pasan dos guardias nacionales en moto: visera negra, porra y pistola.

-¿Les aviso?- No, que seguro que son huates del borracho.

La policía que entra en el sector tres entra a lo mismo que los borrachos: a robar. Al fondo oímos sirenas, aparecen las paredes del basurero y dos niñas salen corriendo en dirección contraria a la nuestra con cara de susto. ¡Una balasera! Le avisan a nuestro hombre de seguridad que hay un tiroteo en esa calle. Cambiamos de callejón. Sigo sudando. Ya me da igual la cámara.

Salimos a una gran avenida. Estamos en la puerta del basurero… Ya ha pasado el peligro. Mis acompañantes respiran hondo. Yo todavía tiemblo. Me preguntan si quiero fotografiar la entrada, como si nada hubiera pasado. Una hilera de hombres salen con toda la ropa machada de basura. Huele a podrido. Ni contesto. Me limpio el sudor y camino. Era cierto había pasado el peligro, que no el susto.