Una nueva generación de activistas lucha por impulsar la salud mental de las mujeres sitiadas por la ocupación israelí, el avance de las colonias y la cultura machista de la sociedad
* Publicado previamente en El País / Planeta futuro
Budour Hassan estudia con la ventana abierta las últimas asignaturas de un máster sobre Derecho Internacional en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tiene 29 años, comparte el piso con su hermana y es parte de la red de juristas del Centro por los Derechos Humanos y Legales de Jerusalén (JLAC, por sus iniciales en inglés). Por el día resuelve los problemas legales que entraña a los palestinos residir en las zonas controladas por Israel con limitaciones para renovar su permiso de residencia, ordenes de demolición de sus viviendas y las solicitudes de permiso para acceder a los servicios más básicos como educación, sanidad o alimentos; por la noche, con la ventana abierta, estudia la legislación internacional que señala como ilegal todas estas trabas que resuelve durante el día. “Mientras estudio, oigo los disparos del ejército. Mi activismo no es una opción, es una obligación”.
Hoy Hassan ha atendido a 15 familias en la oficina, todavía hay mujeres esperando su turno, todas en silencio. “La burocracia de la ocupación es otra técnica de represión: genera un daño invisible más duro que el físico y es la forma más cruel de limpieza étnica”. Hassan habla claro y directo en un castellano que ha aprendido a través de la radio. A pesar de su ceguera de nacimiento lleva una vida activa, comprometida e independiente. Hassan, lo sabe. No le sobra el tiempo.
Desde que Israel naciera hace 70 años y escogiera Jerusalén como capital, más del 70% de palestinos han sido desplazados y la ciudad ha quedado partida en dos. Hassan lucha ahora para resolver “la burocracia de la ocupación que busca mantener no más de un 30% de población palestina en ella”. A la vez, en el resto de territorios ocupados más de seis millones de palestinos han cruzado las fronteras para vivir como refugiados y cerca de cinco millones resisten entre Cisjordania y la Franja de Gaza rodeados de estrictas medidas militares y sitiados por un muro de 840 kilómetros. Además 700 checkpoints del ejército israelí controlan a diario sus accesos a carreteras, pueblos y campos de cultivo. “Aquí de tierra santa queda poco, la vida diaria para un palestino es un infierno”.
La violencia invisible de la ocupación israelí
Esta situación, como las del resto de los territorios ocupados ha provocado un desgaste psicológico que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha alertado de sus consecuencias con “un aumento de los compartimientos impulsivos de la población general, debilitamiento de las relaciones duraderas, problemas emocionales y conductuales y un trastorno severo de la personalidad”. Por eso, al trabajo legal de la organización de Hassan han reforzado el acompañamiento humano para mitigar el desgaste psicológico.
“Aquí de tierra santa queda poco, la vida diaria para un palestino es un infierno”.
La OMS detalla que 110.000 palestinas requieren de ayuda psicológica en la ciudad de Jerusalén. El Instituto Palestino de Neurociencia habla ya de un 36% de población con depresión crónica en toda Cisjordania. Y un reciente estudio de un grupo de investigadores independientes ligados a la Universidad de Washington alertan de que la salud mental es la peor de todo Oriente Medio con más de un 78% de la población palestina víctima de una agresión por parte del ejército en sus propios hogares.
Para la OMS “la ocupación palestina en sí misma es una de las principales causas de los problemas” de su salud. Las mujeres suman después el machismo con niveles altos de violencia intrafamiliar, matrimonios a corta edad y la radicalización de movimientos árabes de resistencia.
La otra violencia del machismo cultural
A 12 kilómetros de la oficina de Hassan, en Beit Sahur, trabaja también a destajo Juani Rishmani como coordinadora del Comité de Salud para las Mujeres (Health Work Comitees) en la gestión de 14 clínicas, dos hospitales y diferentes unidades de salud móviles para atender a la población palestina. Desde hace un año también han priorizado la atención psicológica como prevención a nuevas enfermedades: “El clima de violencia se contagia en las casas y se reproduce en las familias”.
Para Rishmani la peor parte de la ocupación la sufren las mujeres: “Por un lado el ejército israelí, por otro lado el machismo de la tradición árabe”. Acaba de regresar de dos meses recorriendo España de donde es originaria para incorporar nuevos financiadores a sus proyectos. Cuenta con una plantilla de 230 personas, en su mayoría personal sanitario, para atender a 350.000 pacientes anuales y tampoco tiene un minuto que perder.
Hoy cierra ella el hospital de día que acaban de construir en Beit Sahur, cerca de la ciudad de Belén. Mientras apaga las luces de las diferentes salas ya repasa los proyectos siguientes. “Ahora tenemos 25 camas, queremos ampliarlo y ser una centro abierto las 24 horas”. Pero necesitará volver de nuevo a España para fortalecer los contactos y generar los ingresos necesarios para la ampliación.
Mientras tanto, ha conseguido reforzar la atención de ginecología el área por dónde llegan a más mujeres víctimas de violencia. “Trabajamos con comités de mujeres en todo Palestina para que nos deriven mujeres al área y para fortalecer al máximo su situación con charlas y otras iniciativas de empoderamiento”. Pero ellas, las mujeres, sustentan la columna vertebral de la resistencia a la ocupación “por cuidar de las familias, los mayores y los enfermos, además de hacerse cargo de los hogares con personas en la cárcel y en paro”. Más de 6.000 presos políticos cumplen condena en cárceles israelíes, 70 son mujeres; más de 350, menores de edad, según la ONG Addamrer en apoyo a los presos palestinos.
Para Naciones Unidas las mujeres suman a la ocupación también un serio problema cultural donde se le reserva un rol dedicado a los cuidados de la familia. Más del 90% de las mujeres víctimas de violencia de género opta por no denunciar, con más de un 46% de ellas conscientes de que esa violencia es legítima. Tan sólo un 0,7% ha solicitado asistencia técnica. Y sin embargo más del 40% reconoce haberla sufrido también violencia dentro de su matrimonio, según la Oficina Central Palestina de Estadística (PCBS).
«En este país la mujer que se divorcia queda totalmente marginada tanto en la familia como en la sociedad»
Por eso, Rishmani apaga las luces del hospital consciente de que más allá de las medios técnicos, la mejora de vida de las mujeres pasa por una transformación cultural y pone todas sus esperanzas en las charlas que programa por los territorios ocupados. “La violencia se ha naturalizado tanto que ni se denuncia, ni se frena, ni se rechaza. La violencia que ejerce el ejército contra los hombres se reproduce después en los hogares palestinos. Las mujeres se encuentran solas y en una situación muy vulnerable”.
La igualdad de género, nueva prioridad
Tanto que hasta el pasado mes de marzo seguía vigente el artículo 308 del Código Penal que permitía al violador casarse con su víctima para salvar la prisión. La campaña se inició en Jordania y en Palestina la lideró el movimiento feminista con Amani Aruri de la Unión Palestina de Comités de Mujeres (UPWC) como coordinadora.
Aruri tiene 26 años, dos hijos y un teléfono móvil que no le deja de vibrar. La campaña contra el artículo 307 se desarrolló a través de las redes sociales. Y fue tal la respuesta que muchas mujeres contactaron con la organización para compartir su propia experiencia. Ahora Aruri mantiene el contacto con muchas de ellas a través del WhatsApp. “Desde nuestra organización detallamos los abusos a los derechos de las mujeres por parte de la ocupación y también por parte de la propia sociedad árabe ante la Autoridad Palestina”. Después los llevan a los organismos internacionales y diseñan campañas de incidencia política.
Ella conoce bien las consecuencias de la tradición. Más de un año tardó en tramitar su propio divorcio, así como la tutela de sus dos hijos de siete y cinco años de edad a los que su marido tenía “secuestrados”. “En este país la mujer que se divorcia queda totalmente marginada tanto en la familia como en la sociedad”. En el juicio por la tutela de sus hijos, la jueza del tribunal le recriminó que no se hubiera divorciado si lo que quería era vivir con ellos. Reproduce con su mirada la reacción entre enfado y pena que le generó el comentario. Ahora acompaña a otras mujeres en sus trámites.
Según su organización han aumentado los divorcios en más de un 30%. “Muchas jóvenes son casadas antes de los 18 años por sus familias para asegurarles un futuro. Al final, convierten su vida en otra pesadilla”. Y ahora quiere también plantar cara a los feminicidios. Documentados hay 27 en el último año. Una cifra que pasa desapercibida en una sociedad marcada por la violencia militar del ejército israelí y la presencia de las colonias ilegales.