Amanece en San Salvador. Acabo de recorrer la parte norte de el país en compañía de un ex guerrillero del FMLN. Ha sido como adentrarme en un documental. Yo sentado en el jeep con la ventana bajada y escuchado la historia reciente del país a través de uno de sus protagonistas, mientras que éste conducía el coche. «En ese cerro tuvimos una de las batallas más sangrientas. Aquí me refugié durante años después de que el ejército asesinara al rector de la universidad. En aquellos pueblos nos reuníamos para diseñar el plan de combate y recibir las armas. Después regresé a la universidad para reclutar a más jóvenes». Así durante más de cuatro horas con un almuerzo incluido junto al volcán de San Salvador, cuyo cráter visitamos. Daban ganas de acampar.  Ahora tengo la libreta llena de fechas, nombres y títulos de libros que no sé si me dará tiempo a leer. Que no acabe nunca este documental.

Los días anteriores he recorrido las zonas más devastadas del país por el terremoto del 2001, el huracán del 2005 y los fuertes vientos del 2007. Este país no gana para desgracias. La gente todavía vive en casas provisionales que  año tras año modifica algún temporal. Muchas de esta comunidades ni siquiera posee agua corriente y mucho menos electricidad. La ONG navarra Onay ha construido más de 300 viviendas en los últimos cinco años. Pronto iniciará un proyecto para capacitar a estos campesinos en el trabajo de la tierra, pues El Salvador abandonó el campo con la llegada de la democracia. Pensaron que con los nuevos tratados de comercio les resultaría más barato comprar fuera los alimentos. Ahora no sólo no tienen hambre, sino que tampoco dinero para comprarlos. Los suelos fértiles los ocupan fábricas extranjeras de ropa. Y el resto de tierra ya nadie sabe explotarlas porque con el cambio de política agraria cerraron los centros de asistencia técnica, universidades agrarias y los pocos técnicos cambiaron de oficio.

Mañana y pasado continuaré recorriendo el país. Detrás estoy del padre Pepe Morataya, un sacerdote salesiano que durante los últimos diez años trabaja con pandillas desde San Salvador. Tengo su móvil pero no me contesta. Mientras tanto, me consuelo fotografiando los muros de la ciudad con las firmas de la mara «salvatrucha». Un de los responsables de los 700 homicidios en lo que va de años. A ver quién salva ahora a San Salvador.