En la foto, el canadiense, el rumano Horia Calibsanu e Iñaki Otxoa de Olza

24 horas han pasado desde la última comunicación de Iñaki Otxoa de Olza y nada se sabe de él, ni de su compañero de cordada, ni del ruso que decidió continuar hacia la cumbre. Ayer todo eran rumores. Rumores sobre lo que le podría haber causado la pérdida de conocimiento, sobre su localización física, sobre la puesta en marcha o no de un rescate… Al final, lo único que se pudo averiguar con seguridad era que la solidaridad de alta montaña existe.

Los suizos Uli Steck y Simon Anthamantten, dos aclimatados montañeros que acaban de abrir una vía nueva en la cara norte del Tengkangpoche, comenzaron ayer el ascenso del Annapurna en búsqueda de Otxoa de Olza. Al igual que ellos, la expedición rusa que compartió campo base con el navarro buscaba voluntarios por Katmandú para unirse a los trabajos de rescate. A la cabeza el ruso Sergei Bogomolov, líder de la expedición. Por último, el canadiense Don Bowie, integrante de la expedición de Iñaki y del rumano, pero que por desaveniencías entre ellos decidió abandonar, tomaba un helicóptero para apoyar en lo que hiciera falta.

Y es que la altura de 7.400 metros unido a síntomas de congelaciones y un ataque de tos y vómitos es sínonimo de tragedia. «Cada minuto que pasa a esa altura corre en su contra», lo aseguraba ayer Mikel Zabalza, otro navarro ochomilista y con el que ascendió al k2 en 2004. «Iñaki tiene una gran fuerza física y se aclimata como nadie a la altura. Lo que debe hacer ahora es perder cuota de altura como sea, seguro que ya está en ellos», declaraba. La ex mujer de Iñaki también se mostraba optimista. «Nunca ha tenido problemas serios de congelación, siempre han sido superficiales». De todos modos, nadie dudaba de la gravedad de la situación.

Tampoco mi redactor jefe, aunque por prudencia preferimos no publicar nada hoy. Aunque la reacción solidaria que se está viviendo en Katmandú bien se merece una portada. Solidaridad por caminos de montaña.