Foto: Edurne en la cima del Dhaulagiri. Firma: Al filo

Lo decía la madre de Sebastián Álvaro, el director del programa de TVE Al filo de lo Imposible y con más de 25 años dedicado al impulso del himalayismo en España. Y parece que así es. Personas como Edurne Pasaban, Juanito Oyarzabal o Iñaki Otxoa de Olza, por citar los que están de actualidad, parecen hechos de otra pasta, de otra madera que el resto de los mortales. Pero también que el resto de alpinistas, ellos son coleccionistas de Ochimiles.

Edurne ha dado un paso más esta primavera hacia su carrera de los 14 al alcanzar la cima del Dahulagiri (8.167m). Un proyecto que le ha llevado a permanecer dos años desaparecida tras el descenso del K2 (8.829 m) en 2004. El dolor que le supuso esta cima le empujó a una depresión. Por qué asumir tanto dolor. Por qué exponerse a tantos riesgos. Estás eran algunas de las preguntas a las que no alcanzaba a responder. Los patrocinadores, los contratos con las marcas, la presión mediática… No eran sus razones, sin embargo por ellos viajó hasta el K2 y por ellos puso su vida en peligro. Ahora ha vuelto a atarse las botas. Esta vez con otra filosofía: «Lo hago por que es lo que más me gusta y mejor sé hacer en la vida. Los 14 ochomiles me ilusionan pero no me esclavizan». En el camino de este proyecto ha perdido varios dedos de los píes, la sonrisa durante esos dos años y, lo peor de todo, un buen puñado de amigos, aquellos que han perdido la vida en la montaña. «Nada justifica la vida en la montaña».

Otoxoa de Olza ha participado en más de 30 expediciones al Himalaya. Ha trabajado como guía, ha participado en expediciones internacionales y se ha lanzado a proyectos en solitario hacia las cimas más altas del planeta. Habla incluso un dialecto nepalí. «Es allí donde me siento feliz». Ahora debe estar en camino a la cumbre del Annapurna (8.091 m), la gran pirámide de cristal, el ochomil que todos dejan para el final.  A él tan sólo le quedan ya dos montañas para completar la colección. Pero Otxoa de Olza también está hecho de otra pasta, que la de cualquier otro montañero, se niega a subir por las vías normales. Él tiene un compromiso con su estilo: lo express. Subir y bajar en el menor número de horas, sin ayuda de cuerdas, ni campos de altura.

Y, por último, Juanito. Acaba de regresar del Makalu (8.465 m) donde ha vuelto a sufrir principios de congelación en los píes, muñones o lo que le quede. Este ha sido su 22 ochomil. No existe otro como él en el planeta. Y posiblemente no lo habrá. El año pasado iba acompañar a Edurne a la cima del Dhaulagir, pero a última hora la dejó tirada por participar en la Isla de los Famosos. Algo que Al Filo le ha devuelto este año al no contar con él para más expediciones. Un rechazo que ha despertado el orgullo del gasteiztarra y que le ha animado a volver a Katmandú. Una cima más, por la cima: sin estilo, ni compromiso. Puro riesgo.

El himalayismo a perdido el norte. En la montaña también hay gente normal, después están los himalayistas: coleccionistas de cimas.