Acabo de ver morir un niño pequeño en el mar cristalino de Utila, mientras el cielo se oscurecía por el atardecer. Qué poco parece que vale la vida de los pobres. Cinco minutos antes había recorrido el lado en sombra de esta isla caribeña de 50 km cuadrados. Casas construídas junto a grandes cloacas donde no se sabe qué es el pozo séptico y qué es el jardín de la casa… Niños nadando entre estos deshechos. Jóvenes trapicheando a las puertas de estas grandes chavolas construidas a dos metros del suelo para sobrevivir a los ciclónes.

El pequeño lo acaban de sacar del agua. Tenía un año, como mi sobrino Martintxo, y se había ahogado en la orilla del muelle, donde nadan los lugareños. Sobre todo, los más pequeños. Cuando lo vi, su madre lo mecía en brazos entre sollozos y rodeada por la gente del lugar. El sol le rendía luto y se resvalaba por el firmamento.

Los turistas prefieren nadar lejos de los muelles para evitar las aguas negras que bomitan las cloacas de toda la isla. Los turistas prefieren trasladarse en botes para bucear en estas aguas cristalinas con una visibilidad de 500 metros y con uno de los corales más grandes del mundo. Pero en esta isla no todos pueden divertise igual. De hecho, la diversión no está hecha para todos.

En tan sólo 50 kilómetros cuadrados se notan las diversidades del mundo. La sentencia de nacer pobre aunque a escasos metros se encuentre una de las mejores escuelas de buceo del mundo, la que más certificados entrega al año. Da igual. Todo da igual. Eso sí, la iguana verde cuenta con un centro de estudio, cuidado y protección en Utila island. Y es que parece que vale poco la vida de los pobres.

Pd. Y para colmo hoy recibo un sms. «No hay nada que hacer». Da igual. Todo ya da igual.