Leo en el New York Times una historia tremenda. Habla del equipo nacional de atletismo de Kenia, de sus componentes, del terror sufrido meses antes en su país. Suponen un gran ejemplo para los políticos de su país. El deporte les ha unido.

Luke Kibet es uno de sus componentes. Pasó de ser el favorito a medalla de oro al ganar un maratón mundial en agosto a ir de suplente en Pekín. La oleada de violencia tiene la culpa. Durante los meses de conflicto civil dos corredores perdieron la vida por razones étnicas. Kibet sufrió un golpe en la cabeza que le produjo una conmoción cerebral y apartó de los entrenamientos durante dos semanas. En febrero, sacó una pistola para liberarse de otro posible atentado, a la vez que pasaba las noches haciendo guardia para que le quemaran la casa llena de familiares. Después sufrió un tirón en la corva que le alejó de nuevo del polvo de las pistas. En febrero quedó undécimo en el maratón de Londres. Ahora depende su participación en Pekín del abandono de alguno de sus compañeros. «Vi muchas cosas. Tenía miedo de entrenar. Temía por mi vida»

Pero más allá de participación, la presencia de este equipo en Pekín ya merece un oro.

«Si la gente ve a los kelenjin y los kikuyos corriendo y hablando juntos, puede pensar que ellos también pueden hacerlo»

Los deportistas vuelve a retomar el espíritu de los pioneros. El espíritu de Otxoa de Olza sigue vivo.