Hace dos meses propuse a mi redactor jefe una tema sobre escoltas en Euskadi. La actualidad lo justificaba: se habían convertido en un objetivo de la organización terrorista, comenzaba una nueva oleada de atentados y aparecía una ley que permitirá contratar a personal de la UE. Había llamado avarios profesionales que operan en Gasteiz, Donosti y Bilbao. Y encima tenía datos. Todo salpicado de citas provocadoras como que «las calles se han llenado de pistoleros», «no queremos jóvenes vaqueros, sino profesionales» o datos sobre la disparidad de las tarifas en función de quién contrate: el ministerio, Gobierno vasco o una agencia de seguridad. Pero «no encajaba». Así son las redacciones.
Lo volví a intentar hace unas semanas. Llamé de nuevo a mis contactos y pedí nuevos datos. Ya con la cifra de que se necesitaban 200 escoltas hablé con mi redactor jefe, pero tampoco… «Demasiada demanda sindical», me dijo. Y el tema se quedó en uno de mis cuadernos.
Hasta que la semana pasada, el viernes, lo leía en El Economista con una llamada en portada y dos páginas centrales. Lo leí con atención y no aportaba nada nuevo, tan sólo los datos y unas cuantas citas, mucho más prudentes de las que yo tenía. Así es el juego de las redacciones, de los colaboradores y, sobre todo, de los redactores jefes. Pobres cuadernos.