Caminaba cabizbajo hacia el hotel de nuevo. Me acaba de entrevistar con la responsable de la Agencia Española de Cooperación (AECI) en Honduras y me había tomado un café de dos horas en un pequeño parque en mitad de Tegucigalpa. En esas dos horas no había dejado de dibujar brujitas en el cuaderno. Tres días en la capital de Honduras son pocos días para armar un serial de reportajes. Y más cuando uno viene de pasar una semana en el Caribe y más cuando mi cabeza está a miles de kilómetros de este país… Caminaba cabizbajo cuando escuché silbatos, gritos y cacerolas.
Se trataba de una riada de personas. 70.000 manifestantes caminaban hacia el Congreso de los Diputados para protestar por el golpe de estado y revindicar la vuelta de Zelaya, el salario mínimo interprofesional, la devolución del dinero tomado por el gobierno de los fondos de pensiones de los profesores, la lucha de clases y no sé cuántas cosas más. Entre los 70.000 manifestantes se encontraban los diferentes agentes que luchan por la vuelta a una «democracia participativa» al país, por el cese de la violación de derechos humanos y el final de la dictadura. A ambos lados de la manifestación jóvenes realizaban grafitis por todas las paredes… Junto a esta masa de personas he caminado hasta el palacio presidencia. Allí una hilera de militares con máscaras antigas, porras, armas y lanza pelotas, escuchaban los gritos de la muchedumbre. Y en ese momento he conocido a Cesar Silva, un periodista secuestrado y torturado por los militares hace ahora una año y que acaba de regresar hace una semana del exilio en Canadá.
Él me ha presentado a Hernan, otro periodista Uruguayo, amenzado de muerte durante el año pasado y recien llegado de nuevo. Con él he comido y asistido a un curso de formación de La Resitencia. De ahí a un cuenta cuentos de la izquierda. Que no ha dejado de hablar de brujas. Soñando con Brujillas regreso a mi hotel.