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Harry Markopolos se ha convertido en el nuevo héroe de Wall Street. Su imagen, lejos de los Amos del Universo de los personajes de Tom Wolf, es el de un oficinista neoyorkino que todas las mañana acude a la parda de tren para llegar a su trabajo. Durante años, este discreto gestor de fondos hizo más que nadie por alertar al supervisor bursátil estadounidense (SEC) de lo que iba a venir: el mayor fraude financiero en la historia, ejecutado por el todopoderoso Bernard Madoff. Nadie le creyó. Hoy es una celebridad. 

Markopolos explicó esta semana en el Capitolio que le llevó «cinco minutos» darse cuenta de que Madoff era un fraude y «cuatro horas» probarlo con modelos matemáticos. Sin embargo, el miedo a que fuera silenciado de por vida y la falta de apoyo externo para avanzar con las investigaciones ha hecho que fuera el tiempo el que le diera la razón.

El País lo cuenta hoy en sus páginas de internacinal. Me gusta la historia por lo  que tiene de héroe anónimo y de guión hollywoodiense, el hecho de que sea medio bizco y feo no quita para que demuestre más valor que todos los grandes brokers de América. Y como buen héroe yankee no duda en asegurar que su verdadera motivación fue «defender la bandera de los EE UU».