“En Somalia no sólo hay piratas y bandidos, también auténticos héroes de supervivencia que no han dudado en cruzar todo un desierto durante 20 días para salvar la vida de todos sus seres queridos”. El foto periodista navarro Daniel Burgui acaba de regresar de la frontera de Kenia con Somalia. Un rincón en sombra del Planeta en el que se está viviendo la mayor tragedia humanitaria del mundo fruto de seis años de sequía y casi 20 años de conflictos que afecta a más de 12 millones de vidas en riesgo por hambruna.

En Piedra de Toque recibimos a Dani y viajamos con él al Cuerno de África a través de los días que ha vivido en el mayor campo de refugiados del mundo: Dadaab con 450.000 personas, 1.200 refugiados más por día. Un viaje en el que nos cambia la mirada de esta tragedia, de los afectados, de la cooperación. “Lejos de profundizar en el pesimismo, el viaje me ha dejado claro que estas situaciones tienen solución, que la ayuda llega y que merece la pena involucrarse”.

Una experiencia intensa al vivir durante una semana con ellos en el mayor complejo de refugiados del mundo, a 60 kilómetros de Somalia. Los tres campos que componen Dabaab, reúnen juntos a 450.000 personas que para final de este año serán 500.000. Si fuera una ciudad, ocuparía la tercera población con más habitantes de Kenia. La gente está llegando sin nada, tan sólo con lo que llevaban en los bolsillos cuando abandonaron sus casas. Ni siquiera chancletas.

Muchos de los refugiados no son de ahora, llegaron hace 20 años fruto de los enfrentamientos entre las guerrillas y el estado fallido de Somalia. Hoy todos buscan, en las casetas de lona un oasis en sus vidas. El peaje, un trayecto de 20 días de media por un desierto a 45 ºC, con un sol que no perdona.

 En el podcast Dani relata su salida del campo: un viaje en autobús de línea junto a la población civil. 12 horas de trayecto acompañado de sonrisas que contrasta con el vuelo de vuelta y la forma de reaccionar de la gente a los retrasos y problemas técnicos. «Es cierto que el expolio de África ha sido descarnado y descontrolado. Pero por lo visto, de todo lo que nos llevamos los europeos, los occidentales de allí, quizás nos dejamos otras cosas, las abandonamos porque no nos cabían en las manos, no podíamos arramplar con todo y tuvimos que escoger que dejábamos. Parece ser que lo que nos olvidamos allí fue la dignidad, la decencia y la generosidad.»