Ingrid Betancourt (Bogotá, 1961) no está dispuesta a perder ni un minuto más de su vida. Estar viva y sin ataduras no puede convertirse en rutina. Cada segundo se convierte en una oportunidad de recordar los seis años de secuestro forzado en la selva y una ocasión de reclamar la paz en su país y en todo el continente. Quiere arrojar toda la luz que le arrebataron en sus años de penuria como rehen de las FARC. La oscuridad, tanto física como moral, le aterra. «He dejado el mundo donde todo estaba prohibido».
Betancuort se ha convertido en el nuevo símbolo de América Latina, como señala hoy Anje Ribera en El Correo. «Si hubiera sucumbido en la selva sería el Che o Evita. Ha derrotado a la muerte y será Ingrid», la mejor personificación de la lucha por los Derechos Humanos, la paz y la libertad. Y por eso recibirá el Premio Principe de Asturias de la Concordia 2008.
«No he hecho nada para merecer tanto. Siento una inmensa responsabilidad y una necesidad enorme de actuar para volverme merecedora de todo esto», aseguró tras conocer el fallo del premio. Y es que no quiere perder ni un minuto de su tiempo.
Como tampoco lo quería perder el ex líder de una de las pandillas juveniles más sanguinarias de Gautemala que entrevisté en julio. «En la vida puedes pasar invisible o dejar huella», así de claro lo tenía el pandillero que sabía que si la entrevista llega a su país no tardarán en localizarle y matarle, como han hecho con tantos otros. Es la fuerza de la gente que se sabe en el mundo con una misión.