El último cámara de Hebrón

Badee Dwaik es el responsable de una organización que forma a jóvenes para el uso de cámaras de vídeo ante el particular ‘apartheid’ de la ciudad palestina

Badee Dwaik (Hebrón, 1973) ha sido detenido en más de 10 ocasiones en su propia ciudad, incluso tres veces un mismo día. La primera con 19 años fue torturado y privado de libertad durante tres años. Las siguientes han sido retenciones de meses bajo prisión administrativa sin conocer ni él los cargos, ni poder presentar recursos. “Han conseguido que camine con miedo, que duerma con miedo y que sienta mi ciudad como una prisión al aire libre”. Desde hace cuatro años, impulsa Human Rights Defenders, una organización que forma a jóvenes escolares y familias palestinas de Hebrón para filmar las actuaciones del ejército en defensa de su derecho a vivir en paz y en su tierra. Más de 800.000 palestinos viven sitiados por diferentes asentamientos de colonos con más de 100 checkpoints, así como diferentes muros que aíslan las arterías principales a la ciudad vieja. Dawik ha decidido quedarse, filmar y resistir.

 

Hoy las cuatro cámaras de vídeo que guarda en casa las tiene escondidas en el salón, detrás de una foto familiar. Las muestra como si de ellas dependiera la defensa de su vida, la de su familia y sus vecinos. En silencio, desenvuelve una, después otra y así hasta la tercera. “Son pequeñas, filman en HD y pesan poco”. Israel prepara una nueva ley mordaza que castigará con penas de entre cinco y diez años por filmar o fotografiar al ejército. La ley se aplicará tanto para periodistas como para personas activas en las redes sociales y no tardará en vigor en cuanto la apruebe el Parlamento. “Ahora no sólo filmamos con miedo, sino que también las guardamos con angustia”.

«Pasaremos de una cárcel al aire libre a otra entre paredes, pero nunca dejaremos de denunciar este abuso»

El 24 de marzo de 2016, su compañero Imad Abu Shamsyeh filmó con una de sus cámaras cómo el oficial del ejército israelí, Elor Azari, remataba en el suelo a un palestino herido. El vídeo no tardó en viralizarse por las redes sociales, el soldado fue juzgado y recibió una pena de 9 meses de cárcel. Imad fue golpeado por el ejército junto a su familia y amenazado de muerte de forma consecutiva durante los meses siguientes. Pero también optó por resistir.

 

El pasado cinco de julio el soldado visitó Hebrón. A primera hora de la tarde, el perfil de Facebook de Dwaik mostraba cómo había sido recibido entre banderas de Israel, aplausos y abrazos. Muestra también como un grupo de adolescentes colonos espera su turno para fotografiarse con él. En la calle dónde disparó a bocajarro no camina ya nadie. Los agujeros de bala en las paredes todavía se pueden ver. Y el ejército ha expropiado un edificio palestino para convertirlo en hogar del militar donde a diario ofrecen comida para los soldados.

Reportaje aparecido en el suplemento «Fuouricampo» del diario italiano La Repubblica. 

“En esta ciudad en cualquier momento te pueden dar el alto sin saber lo que te espera después”. Por eso, Dwaik lleva cargado con batería el móvil: no sabe cuándo deberá grabar algún abuso. En paralelo, los colonos cuentan con la seguridad de mil soldados del ejército y acceso restringido a sus urbanizaciones entre garitas, alambre de espino y caminos particulares. El silencio se ha apoderado de la ciudad.

Mantenerse en casa, la mejor forma de resistir

Dweek acude una vez al mes a los colegios palestinos para formar a los jóvenes en el uso de las cámaras de fotos y de vídeo. Así como a los hogares de las doce familias que disponen de sus equipos de grabación para copiar el contenido de sus cámaras. “Aquí mantenernos en casa es la mejor forma de resistencia. Y para no caer en las provocaciones violentas fomento el uso de las cámaras para que el mundo conozca la situación tan indigna en la que vivimos y los jóvenes encuentren una manera de resistencia pacífica”.

 

Las tensiones con los colonos son diarias. El mercado de la carne es hoy el mejor exponente de la situación que sufren los palestinos en Hebrón. A comienzo de los años 90 fue cerrado el paso con láminas de hormigón armado. Los puestos están ahora sellados y marcados con estrellas de David. “Lo que era el corazón de la ciudad, es ahora un esqueleto de más de 1.200 puestos cerrados”. Silencio. Al otro lado de ese muro, una tramo de mercado sigue su vida. Con la complicación del final de una de sus calles tomada también por colonos en los pisos superiores. “Nos lanzan aceite hirviendo, orina y basuras”. Una reja metálica protege a los comerciantes. Aún así, doce ya han abandonado la actividad y los palestinos que lo frecuentan casi hablan a susurros.

La población palestina de Hebrón sufre un duro “apartheid” desde que Israel decidió en el año 97 partir en dos la ciudad (H1 y H2), proteger a los colonos ilegales asentados en la ciudad con más de mil soldados e instalar cerca de 100 checkpoints que limitan el movimiento, la vida comercial y el acceso a los servicios. © Iñaki Makazaga

Hebrón fue la primera ciudad en la que los colonos comenzaron a vivir dentro de ella. En el año 97, la ciudad fue partida en dos para que fuera gestionada una de ellas por Israel y otra por la Autoridad Palestina. Hoy el ejercito israelí la controla por completo con más de 100 puestos militarizados en plena ciudad. Hasta la Tumba de los Patriarcas, lugar santo para judíos y musulmanes cuenta con su propio Apartheid en función del culto. En el año 94, un colono ortodoxo disparo contra los palestinos que rezaban dentro: 29 asesinados, 124 heridos. Hoy los restos del colono se guardan en un parque junto a flores y velas. “La peor parte del castigo la sufrimos los palestinos: comenzaron a construir muros, limitar el acceso a la mezquita y marcar toques de queda”.

 

La casa de Dweek da a su propio Apartheid. La calle delantera está marcada por dos checkpoints que no puede cruzar sin permiso israelí. En la parte trasera sus ventanas, muestran la vida de la colonia ilegal a la que no puede acceder y por la que circulan con libertad los colonos. “No nos queda otra que aguantar y resistir”.

 

En cuanto la nueva ley mordaza entre en vigor, Dwik lo tiene claro: “Pasaremos de una cárcel al aire libre a otra entre paredes, pero nunca dejaremos de denunciar este abuso”. La organización deberá cerrar, pero su cámaras seguirán preparadas detrás del cuadro en el salón de su casa listas para seguir filmando.