Anochece en El Salvador. Ayer abandoné Guatemala con gran pena. Me hubiera encantado quedarme una semana más. Hay tantos temas sobre los que escribir y he hecho tan buenos amigos. Espero regresar pronto, si no es que tomo de nuevo un autobús hacia Guate antes del 23. Hoy he pasado mi primer día en Santa Ana, El Salvador, y he comido con vistas al Pacífico después de caminar por la selva en busca de comunidades campesinas.

El fin de semana ascendí a un volcán, Pacaya (2.550 metros). Lo hacía con el Pelle, un joven abogado guatemalteco. Escuchar cómo avanza la lava por las laderas o ver cómo rugen las tripas del volcán es todo un espectáculo. También aproveché el fin de semana para recorrer Antigua, la anterior capital de Guatemala y la única que mantiene el genial sello de la colonia. Casas con balcones junto a fachadas de conventos destrozados, pues fue abandonada tras un gran terremoto que derrumbó los 17 conventos que daban vida a la ciudad.

Pero lo mejor fue la entrevista de ayer. Durante hora y media hablé con un ex mara,  Juan Manuel C., de las M18. Líder durante cuatro años de la clica del barrio 18 de Boca de Monte. Una entrevista impactante que me encogió el estómago. Tuvimos que interrumpir nuestra conversación varias veces, cada vez que aparecía un policía secreta por el agujero en el que trabaja ahora escondido de su mara, de las pandillas rivales y de la policía. «Cuando uno decide dejar la mara, gana un enemigo nuevo: su propia mara». Y es que su cabeza tiene precio y, aunque son pocos los que quedan con vida de su generación, sus tatuajes le delatan. Los tiene al rededor de su cuello, por toda la espalda y por sus antebrazos. Algo que le ha llevado a vivir escondido en un piso, lejos de su barrio y acompañado de su hija de cuatro años. Ha estado nueve veces en la cárcel como lo demuestran sus brazos: un payaso triste entrerrejas tatuado en su antebrazo así lo recuerda.

Lleva en el cuerpo siete heridas de bala. El codo derecho ya no lo puede cerrar por haber recibido dos de estos siete disparos. «Si lo cierro, se me sale el hueso». El último impacto fue en la cárcel durante un gran motín en el año 2005. Pero es un afortunado, de los 40 jóvenes que formaban su clica o pandilla tan sólo quedan cuatro con vida. «La situación de la calle es muy dura, a cualquiera le pegan cuatro tiros en la cabeza. Muerte, violación y droga es lo que ahora impera».

Su carrera dentro de la mara fue rápida. Ingresó con catorce años durante los años en el instituto, después fue ganándose el respeto a golpe de gatillo y alcanzó la cima con 21 años cuando le nombraron líder de los Latin teeny criminal de Boca del Monte de la M18. Él gestionaba la droga del barrio, compraba las armas y mantenía a sus hombres con vida. El desenlace y los detalles de su actividad como líder de la mara, así como sus meses en la cárcel lo deja para próximos post. Sin duda tengo que pensar bien cómo editar esta entrevista.

«Si publicas mi foto en Guatemala me buscarán para matarme, pero prefiero dejar huella que pasar por la vida invisible».

Las fotos se las tomé en el baño de un gran edificio en el que ahora trabaja. Se quitó la camiseta para enseñarme sus tatuajes donde carga su propia sentencia de muerte. «Cuando subo a un autobús la gente me trata como a una embarazada, se levantan para dejarme libre el asiento. La gente tiene miedo a las mara y no es para menos. A ver cuándo termina todo esto». Al salir del servicio varias personas esperaban sin rechistar afuera. Ninguno se atrevió a levantar la mirada. En efecto, era un mara.